Un maravilloso mural poco conocido, en Las Palmas de Gran Canaria.


Un maravilloso mural poco conocido, en Las Palmas de Gran Canaria.

Junto a la playa de Las Canteras se encuentra un interesante mural en el que se recoge estampas de nuestra isla.

Lo custodia en una de sus paredes la Cafetería Casa de Suecia.

Casa de Suecia se inauguró en el año 1964.

Fue una familia sueca llamada Köller y empezaron con esta cafetería, a la vez que montaron un edificio de apartamentos turísticos.

Estuvieron al frente durante 20 años.

Luego continuó la familia sueca los Lunhd hasta 1978, donde lo cogió el actual propietario Paco Falcón, que contrató a un pastelero sueco.

El espacio es muy confortable pero lo que me ocupa en esta reseña es el mural y su autora, aunque el espacio está registrado en la FEDAC, poco se sabe de esta obra de arte y de su realizadora.

A continuación pongo lo que he podido recoger de esta sueca que se afincó en la isla de Tenerife, que se recorrió las islas y que estuvo con las grandes y los grandes del arte en el archipiélago.

TANJA TAMVELIUS (Suecia) 1901-1969. No está muy clara la fecha de nacimiento, algunas fuentes hablan de 1914. Y aunque sueca, su lugar de nacimiento fue Estonia,

Pintora. Su obra hunde sus raíces en el arte de Matisse, y se caracteriza por un estilo decorativo de rico colorido y el fuerte contraste entre colores.

Se especializó en trabajos murales y collages de textiles. Se formó en Estocolmo, estudiando en las Academias de Arte, con el Profesor Otto Sköld (1898-1958) de 1943 a 1944, con el pintor fauvista Isaac Grünewald (1889-1946) de 1944 a 1946 y en la Escuela de Diseño de Anders Beckman (1907-1967) de 1946 a 1948. Emprendió viajes de estudios a Francia, Inglaterra, Italia y Alemania. En París asistió a las clases de Henri Matisse. A finales de los cincuenta se instaló en Tenerife.

En la isla, en la que permaneción durante quince años, mantuvo una gran amistad con Maud y Eduardo Westerdahl.

Tras su muerte en Estocolmo, se le rindió un homenaje en el Museo Municipal de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife (1970). Expuso en Francia, Alemania, Inglaterra e Italia. Sus cuadros están en colecciones de Geoffrey Brown (Londres), Roland Fleming (Inglaterra) y de la Cía. Naviera de Oslo. Han escrito sobre su obra Pedro González y Eduardo Westerdahl.

Exposiciones colectivas

1960 y 1962
Expone con Maud conjuntamente en dos ocasiones, en el Instituto de Estudios Hispánicos del Puerto de la Cruz.

1961
Participación en la I Feria de Navidad ) puesta en marcha por la escultora María Belén Morales y Maud Westerdahl en el Circulo de Bellas Artes de Tenerife.

1965
“Las doce” celebrada en el Círculo de Bellas Artes y en el Instituto de Estudios Hispánicos del Puerto de la Cruz

1968
Exposición Homenaje a Óscar Domínguez

Premios

1966
Premio del Concurso de Proyectos para murales en el Centro “Ramón y Cajal” (Vintersol) de Los Cristianos en Tenerife.

1967
Premio de Honor en la VIII Exposición Regional de Pintura y Escultura de Santa Cruz de Tenerife.

1969
Exposición Homenaje a Miguel Tarquis.

Javier Marrero

El ganchillo por los ochentas.

Durante una época vestimos pulovers o suéter de ganchillo y de punto, hasta algún pantalón hubo y por supuesto bufandas, gorros, medias, calcetines, calzoncillos, bragas y sostenes.

Unos se hacían con la dos agujas y los otros con un ganchillo, de ahí el nombre, aunque hay quien lo conoce como crochet, que es lo mismo pero en francés.

También se vistieron con estas prendas a tipo de tapete, paño, funda, mantel o manta; los sillones, butacas, los aparatos de televisión, el tocadisco, la radio, la mesita, el techo la nevera, la encimera, todas las estanterías, la mesilla de noche y por supuesto la cama, revestida con una enorme y pesada colcha de ganchillo.

Fueron muchas telenovelas y series las que acompañaron en esta labor artesanal y de gran arte, pero quizás Falcon Crest, en donde la malvada Ángela Channing hacía y deshacía a su antojo, fue una de las que mas dio para acabar con madejas de hilo y ovillos de lana allá por los años ochenta.

También sirvió como encuentro social, juntarse para hacer ganchillo y de paso charlar o escuchar las radionovelas.

Algunas veces al terminar el capítulo había que desahacer la labor, porque algún punto se había saltado y otra cosa no, pero desde lejos se notaba y las visitas después de aquello de “que bonito”, saltaban con lo de, “ahí se te saltó un punto”.

Al principio daba rabia deshacerlo, ya luego entraba en el conjunto de la práctica.

También a veces se deshacía, porque la combinación de colores que habías pensado, una vez vista no te gustaba.

La cadeneta es la base de cualquier trabajo de ganchillo, aunque existen técnicas que prescinden de ella, pero cuando tu madre te sentaba al lado y te iba enseñando, te «jartabas» de hacer cadenetas.

-¿Má cuando voy a poder hacerme la bufanda?

-Cuando el punto te salga bien, que unos los aprietas mucho y otros los dejas flojos y tienen que estar parejos.

Según el grosor del hilo, lana o tirijala de tela, se seleccionaba el calibre del ganchillo a usar.

Cuando tenías las piezas, había que rematar los hilos que colgaban con una aguja para coser lana o bordar, que tiene un ojo especialmente ancho y largo. Con la misma aguja unías la labor hasta crear tu prenda.

Con esta técnica y con tiras de trapos también se hacían traperas sin necesidad de telar. Y con hilo carreto o cuerda sisal, podías hacer alfombras, guantes para restregarte en la ducha y hasta suela para alpargatas.

Todo los materiales los adquirías en la Mercería del barrio, si necesitabas algún color especial de ovillo de hilo o madeja de lana, lo podías encargar y en unas semanas lo tenías. También podías conseguir revistas con técnicas, modelos y patrones, muchas no estaban en español, venían en otros idiomas.

Estas revistas también la podías localizar en el Estanco que a parte de poderla comprar, la podías alquilar por días o semanas.

¿El tren para Canarias sale de Atocha?

¿El tren para Canarias sale de Atocha?

El otro día por Madrid hice una nueva amiga y un nuevo amigo, fue en un restaurante Etíope.

Son una pareja, que ella trajinea en la cocina, con un arte y una alegría que ya predispone lo sabrosa que es la comida.

El trae los ricos manjares y te enseña como se debe comer.

Te pone unos cubiertos por si no te apetece comer con las manos.

Pedimos la comida menos picante, pero la ternera, el pollo y unas lentejas picaban que te “cagas”, pero hay que reconocer que es un picor que se reparte en la boca y es agradable, no como otros picantes, que pa’ mi que están hechos con mala leche, porque no hay forma de calmar el ardor.

El restaurante está en Santa María de La Cabeza,próximo al Museo Reina Sofía y a la Estación de Trenes y Metros de Atocha.

Nos invitaba una querida amiga, la Doctora Ines Izana.

Nos conocimos en un Campo de Trabajo Internacional y hemos conservado y aumentado la amistad.

Nos debíamos este encuentro, porque con la Pandemia fue dificil y como ya ven, pertenece a ese grupo de trabajadoras y trabajadores que conforman el personal de Sanidad.

Del 12 de octubre al Gregorio Marañón, al Zendal y ahora un poco mas estable en La Paz, dentro de la precariedad que tiene este noble colectivo en la comunidad de Madrid.

Su profesionalidad la ha desempeñado en las UVI, que tanto sufrimiento y muertes tuvo lugar en estos aciagos años.

Es terrible oir lo que cuenta pero admirable la entereza de como lo narra, incluso añurgada casi todo el tiempo.

Pero mi historia va cuando el nuevo amigo me pregunta que de donde soy, y ahí es cuando se me hincha el pecho y digo: Soy Canario.

-Que bueno, yo quiero ir a Canarias porque el tiempo es como mi país, templado.

Lo he visto en la tele, por la explosión del volcán. Y está al sur.

Las playas llenas y calorcito.

En mi pais llueve 9 meses seguido y no tenemos playas.

Y nos cuenta que el nació en Kaffa, Caffa o Kefa, una antigua provincia del sudoeste de Etiopía.

Cuyo nombre procede del árabe qahwah que significa «una bebida de bayas».

Esta región ha sido tradicionalmente considerada, por ser allí el sitio donde los monjes cristianos, durante la Edad Media realizaban infusiones con la planta hoy llamada Coffea, el étimo de la palabra café.

Yo no tenía ni idea que la palabra café provenía de allí.

Y viene la pregunta:
¿El tren para Canarias sale de Atocha?

Mi pregunta: ¿Usted sabe donde queda Canarias?

Y me comenta que el ha visto en la tele que está en España y que en las agencias ha visto que ir a ver el Volcàn a La Palma se tarda poco tiempo.

Pero por lo que veo no se fijó que era en avión.

Antes pintaría un mapa, que me suele salir de aquella manera, pero ahora con el móvil se consigue uno hasta con imágenes del lugar, el google maps.

La cara de mi nuevo amigo no salía de su asombro…
¿Son islas que están al noroeste del continente africano?

Bueno, hicimos mediciones, vimos toda el agua y territorio que había hasta Madrid, se quedó con un par de web que le recomendé y cuando se pueda nos veremos por estas islas.

Por cierto, en el restaurante, ellos tuestan su propio café, café verde.

Un sabor, un paladar… que maldita hipertensión porque solo pudieron entrar dos.

  • Javier Marrero Abril 2022

Las enciclopedias y diccionarios, nuestros “google” de los setenta y los ochenta.

Las enciclopedias y diccionarios, nuestros “google” de los setenta y los ochenta.

Preparar un trabajo o una lección iba acompañado de una acción previa, que era la selección de los tomos de la enciclopedia que fueran necesarios y por supuesto del diccionario.

Ya en estudios universitarios se usaban diccionarios mas especializados: de sinónimos y antónimos, de tecnicismo, normativo, bilingüe y etimológico, principalmente.

Las enciclopedias,dependiendo cual fuera, se componían de 8 o 10 tomos, mas apéndices especiales y actualizaciones. También las habían mas ilustradas, con láminas de arte, cartas marinas, mapas y planos que podían aumentar los volúmenes hasta mas de una treintena.

Fue a finales del siglo XVIII cuando llegó a España por miembros de la RAE un ejemplar traído desde París, compuesto de 28 volúmenes de ‘L’Encyclopédie’. La primera enciclopedia francesa que contenía todo el saber humano de la época.

Su primera edición fue publicada por Diderot y D’Alembert en París entre 1751 y 1772.

Siguiendo una ordenación alfabética y según el volumen de palabras existentes, los tomos podían ir de la A a la B (A-B) recoger varios tomos para una misma letra (Aa-Az) o varias letras en el mismo tomo (W-Y-Z).

No había familia en época de los 70 y 80 que no se endeudara hasta las cejas adquiriendo un diccionario enciclopédico con el afán de ampliar los horizontes de sus hijas e hijos.

Y ocupaban en el hogar un lugar relevante, la mayoría te la vendían hasta con su propia estantería y sabías si era SALVAT, LARROUSE, ESPASA-CALPE…

Imprescindibles ayer como material de consulta, aplastadas hoy por Google y Wikipedia principalmente y cuyos usuarios que posean un equipo informático no pagan tarifas para acceder a los buscadores de Internet.

Aquellas mesas del salón o la de la cocina y quien era mas afortunado su mesa de estudio, llenas de libros con marcadores de trozos de papel o lápices de colores entre página y página, con la información necesaria, han pasado a estar a la vez en un móvil o en un portatil y al mismo tiempo puedes hablar o chatear, ver el tiempo que hace o hacerte un retrato.

¿A ver cuando dispensan café y un bizcocho de Moya pa’ ir mojando? Oiga, que todo es ponerse, ya con un usb usted puede conectar un vaso calentador o mantenedor y a buchito ir terminando el trabajo.

Casita de muñecas.


Todo empezaba con la llegada de la “Casa”con una muñeca y algún complemento, normalmente por “Reyes”.

El primero solía ser la cama, las había con cabeceras de hierro, con adornos en dorado e incluso algunas de delicadas maderas.

Luego solía llegar la mesa camilla que se cubría con una o varias capas de tela, que normalmente estaba a juego con las cortinas, el tresillo, sillas y algunas butacas.

En la calle Cano esquina Constantino, de Las Palmas de Gran Canaria, durante varios años, allá por los ochenta, se podía conseguir complementos para la “Casita de Muñecas”.

Anteriormente, muchos de estos complementos venían de Inglaterra y se adquirían en el “Palacio de Los Juguetes” por Las Alcaravaneras, que estaba en el bajo de la vivienda de la familia Lacave.

En la calle de Triana en el bazar “New York” y por temporadas, mas bien cercana a Reyes en “Almacenes Cuadrado”.

O en Vegueta, que se podía adquirir en una tienda que se entraba por el chaflán, porque hacía esquina en la calle La Pelota, llamada así, dado que en ella se jugaba a La Pelota o La Bola, en aquellos tiempos de mis abuelos.
Juego que bien conocía el personaje de Pancho Guerra, Pepe Monagas.

El juego de la bola canaria consiste en lanzar una bola desde un punto establecido, con la intención de acercarse lo máximo posible a una bolita de color, intentando apartar la de los contrarios.

Luego en la zona de Las Canteras y La Isleta estaban “Los Indios”, sí los Indios, donde se adquirían principalmente relojes, cassettes y transistores, pero traían muchos complementos para las casitas. Aunque cada bazar tenía su nombre, eran mas bien conocidos por “Los Indios del puerto o de la calle La Naval”. Eran bazares Hindús.
Si no encontrabas lo que buscabas, se lo podías encargar y en unos meses lo tenías.

Siguiendo con nuestras casas, estas eran elegantes, algunas muy pomposas, pero también las había discretas con bella fachada, que en realidad eran puertas, que al abrirse se veía el interior con su división de espacios: salón, dormitorio, cocina, cuarto de baño, una dependencia de cada una o varias, dependiendo de su tamaño.

No todas las casas eran compradas en tiendas especializadas, muchas se le encargaba al carpintero y cuando no había posibilidades, se autoconstruían con chapas de madera y todo el “kit” de herramientas necesarias: sierra, papel de lija, berbiquí, cola blanca y algunas pequeñas tachas.

Ya luego y normalmente al correr de los años se complementaban con cuadros, lámparas, candelabros, vajillas, cuna, cochitos de bebé y todo lo imaginable, hasta chimeneas con su hoguera, porque las casas mas sofisticadas, también contaban con instalación eléctrica, que se alimentaban normalmente, con pilas berec de las grandes o de petaca.

Lo mejor de estas casas es que se heredaban y pasaban de generación en generación. Todavía hay muchas, que si no están en exposición, están en un armario a la espera de volver a ocupar un espacio, ya si no como juego, si como decoración.

 

PD: Esta foto es de las redes, en cuanto encuentre las mías la cambio.

La limpieza de las jaulas de los pájaros.


Cuando era un chiquillo me encargaban la limpieza de las jaulas de los pájaros, confieso que no me gustaba nada.

Colgadas en la pared y bajo la parra, tenía que subirme en un banco, apoyado a la pared y haciendo equilibrio pa que no se fuera la jaula al piso y no me diera un “leñaso”.

Habían en el patio unas diez jaulas con una docena de estas aves, principalmente canarios.

Me asombraba que para trasladarlos, los introducían en un cartucho y con un cigarro encendido se le abría varios agujeros en el papel, por donde le entrara algo de aire al pajarito.

Así me llegaban a mi, en un cartucho y luego tenía que soltarlo en la jaula que mi abuelo me decía.

El trajineo comenzaba sacando los comederos y bebederos, que en un principio eran tacitas y alguna lata que después de “jalarnos” las sardinas, se limpiaba bien y se usaba para el agua o el alpiste.

Con el tiempo se modernizaron y se colocaban enganchados a las verguillas, tenían forma de tubo y dispensaban los alimentos y el agua, según se consumía.

También al tiempo, el alpiste dejó de venir solo y era una mezcla con unas bolitas de colores, recuerdo rojas y verdes.

Luego se le sacaba la tablita que hacía de suelo, que aunque la envolvía con papel del Eco de Canarias, el Diario Las Palmas o La Provincia, siempre en algún lugar había que usar la espátula para limpiar algunas cagadas.

Se revisaban las varillas y las maderas, sobre todo el palo en el que se posaban.

Una vez al mes como mínimo, se les ponía una escudilla con agua para que se bañaran o refrescaran.

El aseo del hábitat se acababa colocándo unos rábanos o cañamones, huevos duros y sus cáscaras colgando, mas un trozo de manzana que se insertaba entre las verguillas.

Cuando era la temporada de “casamiento”, se ponía la pareja en la misma jaula y un nido que se hacía con retales de tela y un colador viejo.

Y eso sí lo recuerdo con alegría, la temporada de incubar y sobre todo cuando rompían los huevos y salían las crías, peladas, todo ojos y pico. La mamá le llevaba la comida al pico y era todo un espectáculo, cinco o seis desesperados parajillos desplumados y piando por su alimento.

Si la parra estaba podada cubríamos el techo de las jaulas con papel de periódico a modo de sombrajo.

Y luego mi abuelo se pasaba horas escuchando los trinos y sabía que pájaro era el que cantaba…mira javierito el “risado, el moñuo”, el …

Ahora ya no los escucho en jaulas, voy al monte y me lleno con sus trinos y también me parece oír a Calderín.

A las cholas.

Esas cholas que dejan libertad a los ñoños.

Esas cholas que dejan fresquitos los ñames.

Delicia de los dátiles que estuvieron «apretujaos», y que recobran en ella color, vigor y abandono del sudor y de ese color encarnado, tirando a morado.

Esas cholas voladoras de «venpaquín» o de «estatequietodemonio, jodío chiquillo».

Esas cholas surferas, de monte, bugueras, de barrio, de: chacha ponte las cholas y nos vamos pa la playa.

Esas cholas que defienden las plantas de los pies de la arena ardiente hasta la mojada.

Esas cholas que flotan y no se pierden porque parecen que nadan.

Esas cholas, que corren, vuelan, se arrastran y hasta bailan la Rama.

Esas cholas imprescindibles en la fiesta del Agua o en la traída del Barro.

Esas cholas que embellecen las «patas» y Pa’l Charco danzan.

Las Cholas que por la avenida brincan con la Vará del Pescao, La Rama, La Traída del Barro, La Fiesta del Agua,….

Con Cholas, con los dedos al aire…y Rianga!..

Javier Marrero.

Rodillas, barbillas y codos “pelados”. Chichones.


Rodillas, barbilla y codos “pelados”.

Raspados, en carne viva o con las caspas, que eran costras de sangre seca y vaya a saber usted que mas, tierra, piedrillas, cristalitos.

Las caspas eran tan atrayente que en cuanto endurecían te daba por arrancarlas y te volvías a hacer sangre o te salía pus.

Cuando no se despegaban del todo y quedaba un extremo pegado a la piel era molesto e incomodo, pero uno seguía “jurgando” hasta arrancarla y luego a soplar la “carne viva” para calmar el escozor.

Así crecíamos, además de ojos moraos, chichones y moretones. Y no te quejaras de que te dolía porque entonces “recibías”.

Recibías en el cole, que podía ser con regla ancha en las puntas de los dedos o con regla fina en las palmas de las manos y lo veían tan “educativo”, no te jode.

También “alcanzabas” en casa, lo que le decían “tortas en el culo” o cachetones. “Te doy un cachetón que te reviro la cara” y vaya si la reviraba, que se quedaba encarnada y “jirviendo” durante un buen rato.

“Te doy de tortas en el culo que no te vas a poder sentar en varios días”.

Para los chichones, porque recibías un tenicazo o un palazo en la cabeza, que también se producían al caer o chocar y “frenar” con la frente o la nuca contra un poste, la pared o en el piso, habían dos santo remedios: uno era aplicar hielo, que no siempre estaban a mano y el otro era aplastar el chichón con una moneda de medio duro.

El dolor seguía y la inflamación se tornaba a un cardenal que pasaba por colores azules, verdes y morados.

Era curiosa y temible la frase de “tu sigue así que vas a alcanzar”, porque el toletazo venía detrás. Fuerte alcance.

Y por si faltaba variedad en estas “torturas que decían educativas”, estaban los capones, el coscorrón, que hasta había una medida según considerara el ejecutor verdugo la gravedad de la “falta”. Cinco capones, diez … y se daban doblando el dedo y golpeando la cabeza con el nudillo del dedo corazón.

Los tirones de oreja o revirarlas, que parecían que te las iban a arrancar, te las dejaban calentitas durante un buen tiempo y rojas como si toda la sangre se te hubiera ido a ellas.

Y luego estaba la versión zapatilla en sus diferentes modalidades, con una mano agarrándote un brazo y con la otra a zapatillazo limpio, normalmente buscando el culo pero se escapaba alguno a la espalda y a la mano con la que intentabas protegerte.

En esto de la zapatilla también existían “las voladoras” que te impactaban en cualquier parte del cuerpo y encima tenías que ir a devolverlas.

Eso sí, había categorías en ellas, estaban las alpargatas de esparto que escocían a lo mejor mas, las cholas o esclavas de plástico, que eran mas flexibles o las babuchas de cuero que se amoldaban a la zona donde impactaban.

“Escapamos locos”, eso sí, con la cabeza llena de bultitos y señales de cicatrices de heridas mal curadas por algunas partes del cuerpo, principalmente en rodillas, codos y barbilla.

Pero oiga, eran otros tiempos y parece que en esto algo hemos avanzado, por cierto, si era irónica la cosa que algunas veces te decían si te pego es por tu bien y pa’ que aprendas…aymimarre.

El parque de Las Brujas allá por el Barrio Inglés, ahora llamado Ciudad Jardín


El parque de Las Brujas allá por el Barrio Inglés, ahora llamado Ciudad Jardín.

Siempre era un misterio ir al parque de las brujas, que en realidad era una finca abandonada donde quedaban algunos papayeros, algún guayabero y muchos tunos indios.

El “saludo” solía ser coger unos cuantos «rabo llevas», una pequeña hierba que tenía pelillos y pegarlo a la espalda de alguien cantando “rabo llevas y no te enteras” y todos mirándonos a ver quien lo llevaba.

En un extremo construimos un campo de fútbol, solar libre, solar que se ocupaba. También contábamos con un pequeño refugio a modo de chabola, construido con cartones, cajas de madera y algún bidón de lata. Refugios de estos teníamos por varios lugares de la ciudad y se respetaban, casi todos nos conocíamos. Ya escribiré sobre estos “refugios” que los teníamos en los arenales, en los solares de Mesa y López, en el Campo España y muchos mas, por supuesto todos con uno o dos campos de futbol.

Era cruzar la plazoleta del insular con sus grandes laureles de india y sus bancos circulares de madera que daban vuelta al tronco del árbol y garantizaba siempre la sombra y el fresquito y comenzar la aventura llena de suspense.

Caminando por el Barrio Inglés, que para erradicar el paso de los ingleses y su comercio, Primo de Rivera por el 1928, cambió su nombre por Ciudad Jardín y prohibió palabras, como las de hall, WC y Knife entre otras, pero la población siguió diciendo barrio inglés, el “jol” , el vater o vatercló y por su puesto el naife y mas anglicismos, de las cuales hoy en día todavía se conservan algunas.

Pero para nosotros ni un nombre, ni el otro, para nosotros era el “barrio de los ricos”. Chalets con jardines y algunos hasta con piscina y cancha de tenis.

Siempre íbamos con la ilusión de estar solos, pero muchas veces había que negociar el campo u organizar una pequeña liguilla para solucionarlo. En la que quien ganaba seguía jugando y el que perdía pa’l banquillo.

La pandilla de Las Alcaravaneras nos sentíamos dueños de nuestro parque de Las Brujas.

Antes de la llegada al parque estaba uno de los pilares, que antaño suministraba a las vecinas y vecinos agua y en ese tiempo había veces que salía un chorro y nos servía para refrescarnos. Beber no, porque ya nos advertían desde casa, que no bebiéramos agua por ahí que no fuera de botella. Siempre hemos tenido que pagar a las embotelladoras para beber, algo primordial como es el agua, lo jodido es que hoy en día seguimos haciéndolo y no protestamos. Fuerte negocio tienen dos o tres por estas islas, con el agua que es de todas y todos.

Entre partido y partido y las veces que no había balón, contábamos historias de las mas variopintas. De terror, claro, aunque después te creyeras algunas y te cagaras de miedo, cosa que por supuesto siempre se negaba.

La finca tenía un desagüe de canalización del barranco, que nosotros le llamábamos “El Túnel” y venía a salir por donde está el colegio de Las Teresianas.

Los más terroríficos cuentos se reservaban para el interior y muchas veces se salía despavorido, gritando, todo desalado y a trompicones hasta conseguir llegar a la carretera.

Digo la carretera, porque vivíamos en la calle y ahí estaba permitido jugar, pero para la carretera ni de coña, que eran la de León y Castillo y la de Pío XII. Ya fuera del túnel todos volvíamos a ser muy valientes.

De regreso a casa, que esta era la disculpa y algunas veces se nos olvidaba, nos llevábamos un balde de tunos que pelábamos y dejábamos toda la noche al relente y se volvían gelatinosos. Mas ricos, que tras comerlos se te quedaba la lengua y las bembas encarnadas y estabas todo el día meando colorado.

Atrás quedaba otra aventura llena de anécdotas misteriosas, algunas que eran sobre el lugar, se disolvieron cuando nos enteramos que se llamaba “El parque de Las Brujas” por una planta, las Brujillas, que ha constituido un recurso frecuente en el ámbito familiar de la población canaria para el tratamiento de catarros con fiebre. De los frutos al secarse, queda una pelusilla erizada que como los rabo llevas, también se pega fácilmente a la ropa.

Pelusillas que soplábamos y salían volando las semillas llevándose nuestras inspiradas historias, allá por el Barrio Inglés, la Ciudad Jardín, el “Barrio de los ricos”.

  • Javier Marrero

La casa de mis abuelos en la que viví gran parte de mi infancia en Las Alcaravaneras

La casa de mis abuelos, en la que viví gran parte de mi infancia en el barrio en Las Alcaravaneras, era una casa «alargada», una casa canaria de autoconstrucción . Ubicada en una calle tranquila, la de Ingeniero Salinas. En un  lado el Estanco, conocido por el Estanco de Calderín, que estaba integrado en la vivienda y se accedía por el interior de la misma, para abrir las puertas a la calle, en las que se colgaban los revisteros hechos de alambres gruesos y las revistas y periódicos se sujetaban con trabas.

La vivienda tenía una gran puerta verde de dos hojas que en su parte superior contaba con unos pequeños ventanucos que se abría con una cuerda.

Un zaguán con una pequeña repisa con santos y velas, espejos, plantas de ficus y algunas rosa de plástico.

En el patio una gran parra que daba sombra en verano y enormes racimos de uvas, allá por septiembre, después de la fiesta del Pino, acabando el verano.

La pila con su talla estaba a la izquierda, con agua fresquita, adornada por un precioso y siempre verde culantrillo.

La alacena con las latas de sardinas, las de gofio y de leche en polvo LITA. Con el mejunje de Paye macerando, ese casero que hacía con ron Carta Blanca de Arucas, café en grano, ‘pisco’ de azúcar, unas ramas de anís cristalizado y ramas de canela.

A la derecha las habitaciones, con baúles y maletas. Sus cómodas, pequeños armarios y sus camas.

Al fondo el cuarto de baño y la cocina. Antes no habían comedores , se comía en el patio. A diario entre la pileta y el cuarto de lavado y cuando había alguna celebración bajo la latada de la parra.

La merienda, en la calle que olía a picadura Tamadaba, la fábrica de tabaco que estaba en la esquina con la calle Valencia, era un cucurucho de aceite, azúcar y gofio con un plátano entero o escachado. Algunos días bocadillos de picadillo o jamonilla, que también se les conocía por el nombre de la marca y sencillamente era un bocadillo de Tulip. Los días de fiesta, unos con galletas y conserva Conchita y otros con chocolate SICAL, que estaba bueno pero le decíamos “terroso”.

En la azotea el palomar, el gallinero, la conejera, los guayaberos y el nisperero  dentro de los bidones de latas de aceite industriales, reutilizadas y convertidas en parterres.

Baldes rotos y cacharros de lata en desuso que hacían de maceteros para geranios, claveles y malas madres, llamadas estas últimas así, porque sacaba sus nuevos brotes a través de una varilla y según me explicaban, como eran “sus hijos” y en vez de arroparlos los alejaba, de ahí le pusieron el nombre.

En los agujeros de las paredes los nidos de los palmeros.

Enfrente el portón del Titanic…aunque para nosotros siempre ha sido Titani, la casa de Angelita la Mora. Que le llevábamos las gallinas para que las sacrificara. Se me partía el alma y volvía llorando a depositarlas en el fregadero en la cocina.

Yo me encargaba de darles de comer, hablaba con ellas, les limpiaba la mierda «del palo del gallinero»..recogía los huevos…y cuando me decían coge a la blanca o a la quícara y llévasela a Angelita, los pies se me hacían de plomo y aquellas aleteando y cacareando como si ya supieran el destino.

En el barrio de Las Alcaravaneras por esos tiempos, a quien se dedicaba a despreciar o a mentir les decíamos  «farfullera o farfullero”… y muchas discusiones se acababan con un “Sale pa llí farfullero”.

Pero siempre se arreglaban las broncas, algunas veces por interés y muchas porque ocurrían cuando se bebía y se justificaba con: “es que tiene mal beber”.” Si estás bebío quítateme delantre”.

Las Alcaravaneras desde el Palacio de los Juguetes, a los papahuevos de Isidro Gomez, almacenados frente al colegio de La Salle, al Estadio Insular desde donde se veía el cartel de Margarina “Marianne La Niña”, el Sindicato de plátanos, la fábrica de galleta Tamarán y la de colchón Flex.

Sus arenales que servían como gradas para ver el futbol, para bajar corriendo por ellos con una lata ya usada de leche en polvo y atravesada por una verguilla, que hacía de manillar de una supuesta moto. Con la boca se hacía el ruido del motor con sus acelerones, frenadas y pitadas. Por las noches rellenábamos las latas de papeles y maderas, le prendíamos fuego y era el foco.

Portones, seis que recuerde y que le dedicaré un escrito exclusivo porque se lo merecen.

Vivir en la playa, jugar en la calle, días de maresía y siempre con olor a mar. Nadar hasta el dique, coger lapas y caracolas en el marisco. Sortear las barquillas y sentarse en el pequeño viejo muelle, con las patas colgando a contemplar las peñas de “Las dos hermanas”, comiendo chochos, pipas, chuflas, manices y regaliz comprados en el carrito de Clementito o a Ana “La Morena” en la calle del Cine. Todo con medio duro y sobraba alguna perra.

Javier Marrero.

* La imagen corresponde a las escrituras originales de la vivienda, que tengo el honor de seguir custodiándolas. El tubo metálico donde están guardados fue hecho con una “Lata de 5 litros de aceite de oliva”, todo un arte hojalatero.