Rodillas, barbillas y codos “pelados”. Chichones.


Rodillas, barbilla y codos “pelados”.

Raspados, en carne viva o con las caspas, que eran costras de sangre seca y vaya a saber usted que mas, tierra, piedrillas, cristalitos.

Las caspas eran tan atrayente que en cuanto endurecían te daba por arrancarlas y te volvías a hacer sangre o te salía pus.

Cuando no se despegaban del todo y quedaba un extremo pegado a la piel era molesto e incomodo, pero uno seguía “jurgando” hasta arrancarla y luego a soplar la “carne viva” para calmar el escozor.

Así crecíamos, además de ojos moraos, chichones y moretones. Y no te quejaras de que te dolía porque entonces “recibías”.

Recibías en el cole, que podía ser con regla ancha en las puntas de los dedos o con regla fina en las palmas de las manos y lo veían tan “educativo”, no te jode.

También “alcanzabas” en casa, lo que le decían “tortas en el culo” o cachetones. “Te doy un cachetón que te reviro la cara” y vaya si la reviraba, que se quedaba encarnada y “jirviendo” durante un buen rato.

“Te doy de tortas en el culo que no te vas a poder sentar en varios días”.

Para los chichones, porque recibías un tenicazo o un palazo en la cabeza, que también se producían al caer o chocar y “frenar” con la frente o la nuca contra un poste, la pared o en el piso, habían dos santo remedios: uno era aplicar hielo, que no siempre estaban a mano y el otro era aplastar el chichón con una moneda de medio duro.

El dolor seguía y la inflamación se tornaba a un cardenal que pasaba por colores azules, verdes y morados.

Era curiosa y temible la frase de “tu sigue así que vas a alcanzar”, porque el toletazo venía detrás. Fuerte alcance.

Y por si faltaba variedad en estas “torturas que decían educativas”, estaban los capones, el coscorrón, que hasta había una medida según considerara el ejecutor verdugo la gravedad de la “falta”. Cinco capones, diez … y se daban doblando el dedo y golpeando la cabeza con el nudillo del dedo corazón.

Los tirones de oreja o revirarlas, que parecían que te las iban a arrancar, te las dejaban calentitas durante un buen tiempo y rojas como si toda la sangre se te hubiera ido a ellas.

Y luego estaba la versión zapatilla en sus diferentes modalidades, con una mano agarrándote un brazo y con la otra a zapatillazo limpio, normalmente buscando el culo pero se escapaba alguno a la espalda y a la mano con la que intentabas protegerte.

En esto de la zapatilla también existían “las voladoras” que te impactaban en cualquier parte del cuerpo y encima tenías que ir a devolverlas.

Eso sí, había categorías en ellas, estaban las alpargatas de esparto que escocían a lo mejor mas, las cholas o esclavas de plástico, que eran mas flexibles o las babuchas de cuero que se amoldaban a la zona donde impactaban.

“Escapamos locos”, eso sí, con la cabeza llena de bultitos y señales de cicatrices de heridas mal curadas por algunas partes del cuerpo, principalmente en rodillas, codos y barbilla.

Pero oiga, eran otros tiempos y parece que en esto algo hemos avanzado, por cierto, si era irónica la cosa que algunas veces te decían si te pego es por tu bien y pa’ que aprendas…aymimarre.

El parque de Las Brujas allá por el Barrio Inglés, ahora llamado Ciudad Jardín


El parque de Las Brujas allá por el Barrio Inglés, ahora llamado Ciudad Jardín.

Siempre era un misterio ir al parque de las brujas, que en realidad era una finca abandonada donde quedaban algunos papayeros, algún guayabero y muchos tunos indios.

El “saludo” solía ser coger unos cuantos «rabo llevas», una pequeña hierba que tenía pelillos y pegarlo a la espalda de alguien cantando “rabo llevas y no te enteras” y todos mirándonos a ver quien lo llevaba.

En un extremo construimos un campo de fútbol, solar libre, solar que se ocupaba. También contábamos con un pequeño refugio a modo de chabola, construido con cartones, cajas de madera y algún bidón de lata. Refugios de estos teníamos por varios lugares de la ciudad y se respetaban, casi todos nos conocíamos. Ya escribiré sobre estos “refugios” que los teníamos en los arenales, en los solares de Mesa y López, en el Campo España y muchos mas, por supuesto todos con uno o dos campos de futbol.

Era cruzar la plazoleta del insular con sus grandes laureles de india y sus bancos circulares de madera que daban vuelta al tronco del árbol y garantizaba siempre la sombra y el fresquito y comenzar la aventura llena de suspense.

Caminando por el Barrio Inglés, que para erradicar el paso de los ingleses y su comercio, Primo de Rivera por el 1928, cambió su nombre por Ciudad Jardín y prohibió palabras, como las de hall, WC y Knife entre otras, pero la población siguió diciendo barrio inglés, el “jol” , el vater o vatercló y por su puesto el naife y mas anglicismos, de las cuales hoy en día todavía se conservan algunas.

Pero para nosotros ni un nombre, ni el otro, para nosotros era el “barrio de los ricos”. Chalets con jardines y algunos hasta con piscina y cancha de tenis.

Siempre íbamos con la ilusión de estar solos, pero muchas veces había que negociar el campo u organizar una pequeña liguilla para solucionarlo. En la que quien ganaba seguía jugando y el que perdía pa’l banquillo.

La pandilla de Las Alcaravaneras nos sentíamos dueños de nuestro parque de Las Brujas.

Antes de la llegada al parque estaba uno de los pilares, que antaño suministraba a las vecinas y vecinos agua y en ese tiempo había veces que salía un chorro y nos servía para refrescarnos. Beber no, porque ya nos advertían desde casa, que no bebiéramos agua por ahí que no fuera de botella. Siempre hemos tenido que pagar a las embotelladoras para beber, algo primordial como es el agua, lo jodido es que hoy en día seguimos haciéndolo y no protestamos. Fuerte negocio tienen dos o tres por estas islas, con el agua que es de todas y todos.

Entre partido y partido y las veces que no había balón, contábamos historias de las mas variopintas. De terror, claro, aunque después te creyeras algunas y te cagaras de miedo, cosa que por supuesto siempre se negaba.

La finca tenía un desagüe de canalización del barranco, que nosotros le llamábamos “El Túnel” y venía a salir por donde está el colegio de Las Teresianas.

Los más terroríficos cuentos se reservaban para el interior y muchas veces se salía despavorido, gritando, todo desalado y a trompicones hasta conseguir llegar a la carretera.

Digo la carretera, porque vivíamos en la calle y ahí estaba permitido jugar, pero para la carretera ni de coña, que eran la de León y Castillo y la de Pío XII. Ya fuera del túnel todos volvíamos a ser muy valientes.

De regreso a casa, que esta era la disculpa y algunas veces se nos olvidaba, nos llevábamos un balde de tunos que pelábamos y dejábamos toda la noche al relente y se volvían gelatinosos. Mas ricos, que tras comerlos se te quedaba la lengua y las bembas encarnadas y estabas todo el día meando colorado.

Atrás quedaba otra aventura llena de anécdotas misteriosas, algunas que eran sobre el lugar, se disolvieron cuando nos enteramos que se llamaba “El parque de Las Brujas” por una planta, las Brujillas, que ha constituido un recurso frecuente en el ámbito familiar de la población canaria para el tratamiento de catarros con fiebre. De los frutos al secarse, queda una pelusilla erizada que como los rabo llevas, también se pega fácilmente a la ropa.

Pelusillas que soplábamos y salían volando las semillas llevándose nuestras inspiradas historias, allá por el Barrio Inglés, la Ciudad Jardín, el “Barrio de los ricos”.

  • Javier Marrero

La casa de mis abuelos en la que viví gran parte de mi infancia en Las Alcaravaneras

La casa de mis abuelos, en la que viví gran parte de mi infancia en el barrio en Las Alcaravaneras, era una casa «alargada», una casa canaria de autoconstrucción . Ubicada en una calle tranquila, la de Ingeniero Salinas. En un  lado el Estanco, conocido por el Estanco de Calderín, que estaba integrado en la vivienda y se accedía por el interior de la misma, para abrir las puertas a la calle, en las que se colgaban los revisteros hechos de alambres gruesos y las revistas y periódicos se sujetaban con trabas.

La vivienda tenía una gran puerta verde de dos hojas que en su parte superior contaba con unos pequeños ventanucos que se abría con una cuerda.

Un zaguán con una pequeña repisa con santos y velas, espejos, plantas de ficus y algunas rosa de plástico.

En el patio una gran parra que daba sombra en verano y enormes racimos de uvas, allá por septiembre, después de la fiesta del Pino, acabando el verano.

La pila con su talla estaba a la izquierda, con agua fresquita, adornada por un precioso y siempre verde culantrillo.

La alacena con las latas de sardinas, las de gofio y de leche en polvo LITA. Con el mejunje de Paye macerando, ese casero que hacía con ron Carta Blanca de Arucas, café en grano, ‘pisco’ de azúcar, unas ramas de anís cristalizado y ramas de canela.

A la derecha las habitaciones, con baúles y maletas. Sus cómodas, pequeños armarios y sus camas.

Al fondo el cuarto de baño y la cocina. Antes no habían comedores , se comía en el patio. A diario entre la pileta y el cuarto de lavado y cuando había alguna celebración bajo la latada de la parra.

La merienda, en la calle que olía a picadura Tamadaba, la fábrica de tabaco que estaba en la esquina con la calle Valencia, era un cucurucho de aceite, azúcar y gofio con un plátano entero o escachado. Algunos días bocadillos de picadillo o jamonilla, que también se les conocía por el nombre de la marca y sencillamente era un bocadillo de Tulip. Los días de fiesta, unos con galletas y conserva Conchita y otros con chocolate SICAL, que estaba bueno pero le decíamos “terroso”.

En la azotea el palomar, el gallinero, la conejera, los guayaberos y el nisperero  dentro de los bidones de latas de aceite industriales, reutilizadas y convertidas en parterres.

Baldes rotos y cacharros de lata en desuso que hacían de maceteros para geranios, claveles y malas madres, llamadas estas últimas así, porque sacaba sus nuevos brotes a través de una varilla y según me explicaban, como eran “sus hijos” y en vez de arroparlos los alejaba, de ahí le pusieron el nombre.

En los agujeros de las paredes los nidos de los palmeros.

Enfrente el portón del Titanic…aunque para nosotros siempre ha sido Titani, la casa de Angelita la Mora. Que le llevábamos las gallinas para que las sacrificara. Se me partía el alma y volvía llorando a depositarlas en el fregadero en la cocina.

Yo me encargaba de darles de comer, hablaba con ellas, les limpiaba la mierda «del palo del gallinero»..recogía los huevos…y cuando me decían coge a la blanca o a la quícara y llévasela a Angelita, los pies se me hacían de plomo y aquellas aleteando y cacareando como si ya supieran el destino.

En el barrio de Las Alcaravaneras por esos tiempos, a quien se dedicaba a despreciar o a mentir les decíamos  «farfullera o farfullero”… y muchas discusiones se acababan con un “Sale pa llí farfullero”.

Pero siempre se arreglaban las broncas, algunas veces por interés y muchas porque ocurrían cuando se bebía y se justificaba con: “es que tiene mal beber”.” Si estás bebío quítateme delantre”.

Las Alcaravaneras desde el Palacio de los Juguetes, a los papahuevos de Isidro Gomez, almacenados frente al colegio de La Salle, al Estadio Insular desde donde se veía el cartel de Margarina “Marianne La Niña”, el Sindicato de plátanos, la fábrica de galleta Tamarán y la de colchón Flex.

Sus arenales que servían como gradas para ver el futbol, para bajar corriendo por ellos con una lata ya usada de leche en polvo y atravesada por una verguilla, que hacía de manillar de una supuesta moto. Con la boca se hacía el ruido del motor con sus acelerones, frenadas y pitadas. Por las noches rellenábamos las latas de papeles y maderas, le prendíamos fuego y era el foco.

Portones, seis que recuerde y que le dedicaré un escrito exclusivo porque se lo merecen.

Vivir en la playa, jugar en la calle, días de maresía y siempre con olor a mar. Nadar hasta el dique, coger lapas y caracolas en el marisco. Sortear las barquillas y sentarse en el pequeño viejo muelle, con las patas colgando a contemplar las peñas de “Las dos hermanas”, comiendo chochos, pipas, chuflas, manices y regaliz comprados en el carrito de Clementito o a Ana “La Morena” en la calle del Cine. Todo con medio duro y sobraba alguna perra.

Javier Marrero.

* La imagen corresponde a las escrituras originales de la vivienda, que tengo el honor de seguir custodiándolas. El tubo metálico donde están guardados fue hecho con una “Lata de 5 litros de aceite de oliva”, todo un arte hojalatero.

Y va la segunda parte con Miguel por Las Alcaravaneras, el Negrín y el “Loro”

Y va la segunda parte con Miguel por Las Alcaravaneras, el Negrín y el “Loro”.

Una úlcera en la pierna izquierda desencadenó el final, bueno en realidad la úlcera era consecuencia del resto de enfermedades.

En sus últimas semanas tuvo una novia. El tenía la certeza de que ella le acompañaría. Me encargó que la buscara, a mi me mosqueaba que no la encontrara ni por la playa, ni por Santa Catalina, ni en la Nueva Isleta.

Pero el seguía con su ilusión, así estuvimos unos días.

Miguel ¿que te traigo?, Hippy tráeme a la pivita.

Coño Miguel me cagoentoo, que no está, que no la encuentro, tu sabes que en cuanto dé con ella vendrá, no debe de saber nada.

Al final ya la había encontrado por la antigua fábrica de tabaco “La Flor Isleña”, frente a la casa del Coño, que estaba habitada por personas sin hogar y no quería saber nada de él. Cosa que nunca le dije y quizás se lo tendría que haber dicho.

Miguel, sin gilipolleses ¿Que te traigo? Ahora soy tu piva y deja de tocarme los cojones.

Hippy , pues tráeme una botella etiqueta negra, dos cajas de kruger…—-ehh..vale!!!! Ya lo hablamos, por lo pronto te traigo unas zapatillas.

Ahhh espera Hippy, traime un «loro». Un loro en el argot y para quien no lo conozca, es un transistor y es cierto que buena compañía hace cuando estás hospitalizado o solo. Aunque también me arrepentí, porque después me vaciaba el tarro y daba lecciones de la actualidad. Bueno, en realidad nos sirvió para tener mas motivos de conversación.

Una maravillosa compañera de CEAR (Comisión Española de Ayuda al Refugiado) Alicia, en donde trabajaba por esa época, le compró las zapatillas.

Yo me fui a la calle la Naval y le compre un» loro» además con una linterna, para sus noches de insomnio.

Hablé con los médicos y me dijeron que a la «zorrúa» le trajera el whisky y el tabaco.

Llegué al hospital con mi mochila, acojonado, como haciendo una gran maldad y no estaba en la cama, y estaba desmontada.

Se me saltaron las lágrimas y mientras corría a preguntar en el mostrador, oí…hippy, hippy…!!!! ¿Que tienes?…

Ay me cagoentumadre…Migué ¿donde estabas?

Me hicieron una radiografía y bañaron, me van a pasar a otra habitación.

Ahí estaba él en la silla de ruedas, duchadito, con su pijama limpio, peladito, peinado y afeitadito, con sus zapatillas nuevas. Todo anaranjado del yodo que le ponían, pero feliz y mirando para la mochila.

Vamos hippy pa´que te comas lo que te he guardado.

Como ya conté, me guardaba alimentos proteicos que le daban a él, porque yo estaba muy flaco, jeje…tiene narices.

Cuando se enteró que se los devolvía a la enfermera, me obligaba a tomármelos en su presencia, jajajaj… que bicho era.

Bueno, en realidad cenábamos juntos y nos reíamos un rato.

Adiós Hippy, hasta mañana, mira ¿mañana podrías quedarte por la noche??………..

Historias vividas con Miguel por el barrio de Las Alcaravaneras y el Hospital Negrin.

 


Empiezo hoy unas crónicas en recuerdo a Miguel, que pasó sus últimos años por el barrio de Las Alcaravaneras, en la indigencia. Se le podía ver aparcando coches, limpiándolos o pidiendo a la puerta de la iglesia de la Sagrada Familia.

Va esta Primera parte y por lo menos publicaré dos o tres mas, que espero que les guste y sean amenas. Es lo que le hubiera gustado a Miguel.

El me llamaba hippy y ya iré contando el por qué.

¡Y va la primera!

Cuatro días antes de que decidiera irse “pa´l patio de los cangrejos”, porque era marinero y así me lo decía, me quedé con Miguel la noche entera en el hospital.

Fuerte amanecida nos pegamos.

Cuando entré a la habitación y me vió sin chaqueta y con la mochila, se le transformó la cara, desprendía una felicidad que pedía a gritos un abrazo y unos besos.

Fui a preparar la mesita para la cena, y Miguel inquieto me empezó a pedir la botella, la botella ¿Donde tienes la botella?.

Tanta insistencia e inmediatamente y con voz de quien no ha roto un plato, cambió y me larga…cállate hippy, disimula y a cenar que ya vienen.

Donde manda patrón, no manda marinero. Pues a cenar.

Cuando recogieron lo de la cena, siguió con sus ordenes:  Hippy, saca la silla, y mójame la cara que nos vamos.

¿Que nos vamos??

Y ahí fuimos en la sexta planta del Negrín «er migué y er hippy», rumbo a los ascensores, y aquí viene lo bueno.

Al pasarlos hay una escalera de emergencias con una gran puerta pesada, de cortafuegos.

Abre la puerta, hippy.

Fuerte mundo tras aquellas puertas, en aquellas escaleras.

Allí estábamos, por lo menos 6.

Fumando, bebiendo, charlando, contando chistes y hasta cantando.

Los ceniceros eran botellas de plástico con agua, y cada uno respetaba la bebida y el tabaco del resto.

Tenían vasos de plásticos y nos echamos unas partidas a las cartas.

Al rato, la nueva orden: Hippy pa´la habitación, que vienen a tomar la temperatura.

Si no es chispa… aymimarre ¿y que le digo yo a la enfermera? se me iba la silla pa´qui, pa´lla y er jodío Migué…hippy pégate a la pared que me largas por la ventana.

Vino la enfermera, yo me metí en el baño, …que vergüenza, y oigo: “niña déjame unos botitos de esos pa´l hippy, que está flaco y esta escondío en el baño”, y se oyeron unas fuertes carcajadas al unísono de Miguel y la enfermera, que mientras se iba decía:… ya puede salir.

 

 

“El Otoño de las Algas”

Hoy les dejo un pequeño cuento, que espero les guste. Gracias.

*El Otoño de las Algas*

Un marinero en Caleta de Sebo contaba, ante la mirada atónita de un muchacho que veía como El Río unía a La Graciosa con Lanzarote, que el nombre de tan bello paraje lo recibía del otoño de las algas.

Con la respiración entre cortada por lo años vividos en la mar, porque vivir en una pequeña isla es como siempre estar navegando, siempre en una nave rompiendo olas, cortando el mar, comenzó a hablar.

Le hablaba de las “caídas de las hojas” de las algas, que en su otoño allá en el fondo del mar, tras volverse ocres y rojizas, se desprendían para crear bellas alfombras de colores, que navegan a la deriva y que van a cubrir playas, cual tapices de la mejor confección, del más refinado entrelazado.

Ardua y armoniosa labor, que en la urdimbre de arena y sal, cual pintoras, tejedoras y modistas, generan obras de gran belleza.

Y aquí, en el Archipiélago Chinijo, el sol le da el encanto de escenas polícromas de lava, arena y callao.

Javier Marrero. Febrero 2024.

*A Rosi, Aldo y Luna por las muchas alfombras que hemos andado y seguimos andando, por las playas de nuestras Islas Canarias. Por los cuentos leídos, los creados y porque somos un pedacito de tapiz en el Otoño de las Algas.

Allá por el 15 de noviembre de 1974 en Las Alcaravaneras.

Allá por el 15 de noviembre de 1974, las vecinas y vecinos de Las Alcaravaneras, asistimos a un aparatoso incendio en el paseo de Chil.

Olía todo el barrio, interiores de las casas y la ropa, a plástico quemado. Tuvimos para tres días de entretenimiento y algunas veces de temor, por la explosiones de las bombonas de butano.

Nosotros estábamos en plena adolescencia, jugábamos al fútbol en la calle Concepción Arenales y en el edifico de la Shell . Liguillas de equipos entre los que figuraban el Rompiraja, el Valvoline y el Arenales.

Detrás del edifico de Marina, por encima del de Aviación, junto al edificio de Cepsa, los domingos se convertían en sendos campos de fútbol.

Con porterías y todo ehhh… sin largueros pero se intuían por la altura del portero. Las hacíamos con un cacharro de leche LITA, un palo escoba y un viaje de teniques.

La mayoría de las veces el equipaje era sencillo, un equipo con camisetas y otro sin camisa, estaba permitido hasta jugar descalzo.

Se pintaba en la carretera el campo y la linea de contención de los aficionados, que dicho sea de paso no servía para nada.

Cuando estabas concentrado en una jugada, no es que te tiraran algo, es que hasta un jodío padre o tío te daba un tollazo.

La típica bronca, arbitro, aficionado, entrenador, pero luego se resolvía y hasta el que te daba el leñazo te traía un helado del bazar de Hurtado.

Como todo partido de fútbol, cuando no se empata, alguien gana y otro pierde.

Todos estos chiquillos, nos sentábamos en los parterres de Paseo de Chil y en las azoteas de nuestras casas a ver la fábrica de colchón FLEX arder de forma endemoniada.

Ver como corrían con sus sirenas las cubas del cuartel cercano de aviación (ese que todas las mañanas nos tocaba la corneta, con su quinto levanta de los cojones), a la playa de Las Alcaravaneras para cargar agua e intentar apagar el fuego. Que este, entre lenguas de colores azules, negros, amarillas y bermejas, se «meaba» de las mangueritas, algunas no llegaban ni al edificio.

A una de las cubas se le soltó la manguera y nos lo pasamos pipa, era atardeciendo y entre fuego y agua aquello parecía un ritual.

Fútbol, edificio de la Fábrica de Colchones Flex, incendio ¿Por qué mezclo todo esto? Todavía sigo pensando que la fábrica no es que metiera un gol, si no que ganó por tupía. ¿O no?

Javier Marrero 2015
Foto: LpDlp.

¿Señora quiere macho?

Desde la casa del Coño, calle Barcelona para arriba, camino del mercado central, subía el cabrero al grito de: ¿Señora quiere macho?

En casi todas las casas de Las Alcaravaneras había alguna cabra y el cabrero «alquilaba» su semental. También vendía la leche «bautizada», tres cuartos de leche y una de agua.

Las mujeres de Las Alcaravaneras, se encargaban de los animales, cabras, quícaras, gallinas, gallos, conejos, pichones. De regar las flores de patios y azoteas.

De las parras y del cachito de terreno que solía estar al final de la vivienda. Pimenteros, calabazas, colines, acelgas. Un guayabero y un nisperero en bidones reciclados de CEPSA.

Engrasaban la tanza, para que se desplazara bien por los cáncamos, que con tanto cuidado y casi milimetrado, se colocaban en las cañas cogidas en el barranco. Las más flexibles, largas, las duras. La caña para pescar.

Frasquita que vivía cerca del portón Titani, era la encargada de sacrificar gallinas, gallos y pichones. No se bien por qué, pero cuando alguien enfermaba se le daba caldo de pichón, a mi se me partía el alma.

¡Afilador, Afilador! Fiuuuufiuuuuufiiiiiii….Cuando llegaba, era otro ratito para hablar entre vecinas. Mientras saltaban las chispas y el ruido ensordecedor llenaba la calle, se comentaba de que al «Paterna» (mote que tenía por proceder de La Paterna) le había tocado dos cupones de los ciegos. Ay mi niña, dios le da pan a quien no tiene dientes.

Bueno chiquilla, salgo corriendo pa´casa que tengo el potaje al fuego y dejé en la pileta las sábanas en remojo.

De Mujeres de Las Alcaravaneras.

Javier Marrero 2016

Aprendimos a nadar en la Playa de Las Acaravaneras.

Aprendimos a nadar en la playa de las Alcaravaneras.

Para coger técnica casi todos empezamos en el Náutico, que era agradable porque la piscina era de agua salada y estaban creando equipos. Cuando despuntabas en el Náutico y realmente no se bien por qué, te pasaban al club Las Palmas.

La verdad que al principio era un fastidio, de estar al ladito de casa ahora había que patear un rato.

La piscina estaba integrada con el parque Doramas y era agradable, aunque nosotros solo veíamos agua y agua, y para mas inri era agua dulce, con tanto cloro que los ojos se quedaban como los de chernes ensangrentados.

Por otra no se qué selección, pasamos al C.N. Metropole, ya estábamos en equipo para competir entre clubs, nuestro club definitivo, el Metropole.

Día tras día ( el que fallaba no competía), Argimiro nos daba la tabla de gimnasia, te decía lo que tenías que corregir y te ponía tu nombre en la pizarra con las piscinas y modalidades que tenías que hacer.

Cámbate, hoy en día no me lo creo, 4 piernas,4 brazas, 2 espaldas, 2 mariposa y 10 croll. Eso los días normales que cuando se aproximaba campeonato, salías del agua que no podías ni andar.

Vamos, que saliendo de la peña de las dos hermanas, ibas al dique del generalísimo (fuerte nombre) volvías y te daba para margullar un rato.

Lo mejor era cuando te decía has cien respiraciones antes de ir a la ducha, oye funcionaba, parecía que te quedabas como nuevo.

Pero bueno, todo esto, es porque a mi lo que realmente me gustaba, era a la salida, camino de las Alcaravaneras y antes de llegar al Hotel Metropol, ir a la “Tienda del Orejudo”.Llevaba boina y con eso de los motes, nunca me enteré como se llamaba.

Allí nos comíamos el bocata de chorizo de Teror, que algunos días lo pedíamos del rosado, y detrás el pan de huevo que sabía a gloria.

Enfilábamos para la playa y a jugar al fútbol. Nuestros padres nos esperaban en los bares que habían a pie de playa, nosotros dábamos patadas a la pelota y ellos jugaban al dominó.

Regresábamos a Ingeniero Salinas dando berridos por los pasos subterráneos y a inventar porque no habías hecho los deberes, esos que se terminaban de camino al cole, en la fila y en los tres avemarías, padre nuestro y gloria que había que rezar antes de cada clase.

javier marrero 2015

Foto: Playa de Las Alcaravaneras 1982. de Fotos de Ayer y Hoy.

Barrio de Las Alcaravaneras.

Me crié en el barrio de Las Alcaravaneras, entre la playa, los arenales de Ingeniero Salinas, el barrio Inglés ( ciudad jardín como lo renombró Primo de Rivera) y Guanarteme.

Donde las Peña de las Dos Hermanas y se acampaba en la playa. Las barquillas de dos proas esperaban a Juan el bocaburro para traernos fulas,sardinas,longorones caballas, tapa culos, sargos y algún pulpo.

Donde para ver el horizonte había que cerrar el ojo izquierdo y evitar el dique del «generalísimo». En donde olía a galleta Tamarán, a tabaco de picadura Tamadaba y a pescado frito.

El Sindicato del Plátano repartía excedentes a las vecinas y vecinos.
El cine Goya nos daba cultura, ocio, y sabiduría, mi abuelo Calderín en la puerta recogiendo las entradas. Estaba en la «Calle del Cine» que en realidad se llamaba Manuel González Martín,la misma en la que estaba la Heladora y el carrito de La Negra, con tirijalas, chufas y chochos.

Donde el Insular nos daba derrotas y glorias. Jugábamos en la calle a la pelota con Germán, con Trona, con Paez, con Martín, con el maestro Tonono… Donde «le ganemos al Barsa de Maradona».

Donde Panchito nos refrescaba con sus helados y el Caña Dulce nos avisaba con su apañado altavoz de que había llegado el Toti, el Circo que nos visitaba por invierno y primavera.

El bar de «Los Muertos (Tamadaba)» sonaba a dominó, a fichas que chocaban.

En el Vigo, chuchangas y pejines con las litronas de Tropical. En el bar el Pino, manices y jareas. Donde en el Nolasco celebrábamos las victorias del Unión Alcaravaneras en los campeonatos de futbol playero.

Donde se jugaba a la chapa, a piola y muda, a la pelota, a la cuerda, a las estampas, al boliche… y más que se podría decir.

Donde los Hermanos Rogelios nos trajeron el pan de Valleseco y la pata asada de cerdo. Donde el Samoa y el Sam. Los tollos del Tatono y los churros en la calle Barcelona por encima de la Mercería y la Barbería. Donde se bailaba y se tenía citas en el Tan-Tan, el «dancing».

Mi pequeño recuerdo de este barrio histórico que se ha ido adaptando, con sus tropiezos y aciertos, al crecimiento de la ciudad que lo engulle.

Su Mercado Central, su Casa del «Coño» y gente maravillosa que ha sabido mantener su identidad, nuevos vecinos y vecinas integradas.

Un barrio que se forjó desde los portones y la autoconstrucción frente a ciudad jardín, un barrio inglés de postín. Un barrio motor de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, junto al resto: La Isleta, Schaman, Guanarteme, Arenales, San Jose, San Juan, El Risco, Escaleritas.

Un barrio con Títeres y Marionetas de Isidro y el Palacio de los Juguetes por la calle Luis Antúnez.

El 1×2 para echar la quiniela y las tiendas de aceite y vinagre donde comprar los estropajos de esparto, la Tierra Sol y dejarlo «a cuenta, apúntemelo en la libreta».

Las Alcaravaneras un barrio entre dos carreteras, la de León y Castillo y la de Pío XII.