Rodillas, barbilla y codos “pelados”.
Raspados, en carne viva o con las caspas, que eran costras de sangre seca y vaya a saber usted que mas, tierra, piedrillas, cristalitos.
Las caspas eran tan atrayente que en cuanto endurecían te daba por arrancarlas y te volvías a hacer sangre o te salía pus.
Cuando no se despegaban del todo y quedaba un extremo pegado a la piel era molesto e incomodo, pero uno seguía “jurgando” hasta arrancarla y luego a soplar la “carne viva” para calmar el escozor.
Así crecíamos, además de ojos moraos, chichones y moretones. Y no te quejaras de que te dolía porque entonces “recibías”.
Recibías en el cole, que podía ser con regla ancha en las puntas de los dedos o con regla fina en las palmas de las manos y lo veían tan “educativo”, no te jode.
También “alcanzabas” en casa, lo que le decían “tortas en el culo” o cachetones. “Te doy un cachetón que te reviro la cara” y vaya si la reviraba, que se quedaba encarnada y “jirviendo” durante un buen rato.
“Te doy de tortas en el culo que no te vas a poder sentar en varios días”.
Para los chichones, porque recibías un tenicazo o un palazo en la cabeza, que también se producían al caer o chocar y “frenar” con la frente o la nuca contra un poste, la pared o en el piso, habían dos santo remedios: uno era aplicar hielo, que no siempre estaban a mano y el otro era aplastar el chichón con una moneda de medio duro.
El dolor seguía y la inflamación se tornaba a un cardenal que pasaba por colores azules, verdes y morados.
Era curiosa y temible la frase de “tu sigue así que vas a alcanzar”, porque el toletazo venía detrás. Fuerte alcance.
Y por si faltaba variedad en estas “torturas que decían educativas”, estaban los capones, el coscorrón, que hasta había una medida según considerara el ejecutor verdugo la gravedad de la “falta”. Cinco capones, diez … y se daban doblando el dedo y golpeando la cabeza con el nudillo del dedo corazón.
Los tirones de oreja o revirarlas, que parecían que te las iban a arrancar, te las dejaban calentitas durante un buen tiempo y rojas como si toda la sangre se te hubiera ido a ellas.
Y luego estaba la versión zapatilla en sus diferentes modalidades, con una mano agarrándote un brazo y con la otra a zapatillazo limpio, normalmente buscando el culo pero se escapaba alguno a la espalda y a la mano con la que intentabas protegerte.
En esto de la zapatilla también existían “las voladoras” que te impactaban en cualquier parte del cuerpo y encima tenías que ir a devolverlas.
Eso sí, había categorías en ellas, estaban las alpargatas de esparto que escocían a lo mejor mas, las cholas o esclavas de plástico, que eran mas flexibles o las babuchas de cuero que se amoldaban a la zona donde impactaban.
“Escapamos locos”, eso sí, con la cabeza llena de bultitos y señales de cicatrices de heridas mal curadas por algunas partes del cuerpo, principalmente en rodillas, codos y barbilla.
Pero oiga, eran otros tiempos y parece que en esto algo hemos avanzado, por cierto, si era irónica la cosa que algunas veces te decían si te pego es por tu bien y pa’ que aprendas…aymimarre.