Cuando era un chiquillo me encargaban la limpieza de las jaulas de los pájaros, confieso que no me gustaba nada.
Colgadas en la pared y bajo la parra, tenía que subirme en un banco, apoyado a la pared y haciendo equilibrio pa que no se fuera la jaula al piso y no me diera un “leñaso”.
Habían en el patio unas diez jaulas con una docena de estas aves, principalmente canarios.
Me asombraba que para trasladarlos, los introducían en un cartucho y con un cigarro encendido se le abría varios agujeros en el papel, por donde le entrara algo de aire al pajarito.
Así me llegaban a mi, en un cartucho y luego tenía que soltarlo en la jaula que mi abuelo me decía.
El trajineo comenzaba sacando los comederos y bebederos, que en un principio eran tacitas y alguna lata que después de “jalarnos” las sardinas, se limpiaba bien y se usaba para el agua o el alpiste.
Con el tiempo se modernizaron y se colocaban enganchados a las verguillas, tenían forma de tubo y dispensaban los alimentos y el agua, según se consumía.
También al tiempo, el alpiste dejó de venir solo y era una mezcla con unas bolitas de colores, recuerdo rojas y verdes.
Luego se le sacaba la tablita que hacía de suelo, que aunque la envolvía con papel del Eco de Canarias, el Diario Las Palmas o La Provincia, siempre en algún lugar había que usar la espátula para limpiar algunas cagadas.
Se revisaban las varillas y las maderas, sobre todo el palo en el que se posaban.
Una vez al mes como mínimo, se les ponía una escudilla con agua para que se bañaran o refrescaran.
El aseo del hábitat se acababa colocándo unos rábanos o cañamones, huevos duros y sus cáscaras colgando, mas un trozo de manzana que se insertaba entre las verguillas.
Cuando era la temporada de “casamiento”, se ponía la pareja en la misma jaula y un nido que se hacía con retales de tela y un colador viejo.
Y eso sí lo recuerdo con alegría, la temporada de incubar y sobre todo cuando rompían los huevos y salían las crías, peladas, todo ojos y pico. La mamá le llevaba la comida al pico y era todo un espectáculo, cinco o seis desesperados parajillos desplumados y piando por su alimento.
Si la parra estaba podada cubríamos el techo de las jaulas con papel de periódico a modo de sombrajo.
Y luego mi abuelo se pasaba horas escuchando los trinos y sabía que pájaro era el que cantaba…mira javierito el “risado, el moñuo”, el …
Ahora ya no los escucho en jaulas, voy al monte y me lleno con sus trinos y también me parece oír a Calderín.