A Pimpa le tocó cuidar por dos días de Suso, su sobrino de seis añitos, hijo de su hermano el que vive pa Las Tirajanas.
Lo trajeron a la capitá pa hacerle unas pruebas médicas, porque le entraba una axfisiadera y unos esmayos, que se ponía encasnao como un tuno indio y le daban unos achises, que por ratos eran achuases. La chopa le goteaba, los ojos como chesne y un silbío en la caja de resonancia, que parecía un fotingo largando el agua jirviendo. Decían que podía ser alergia al polvo, lo cierto que vivía cerca las tomateras y sulfataban con avionetas.
Suso es un jiribilla que no hay manera de meterlo en verea. Que te bajes de ahí, no te alongues, sal pa fuera ¿donde te has metío? como te atrinque…. Así la tenía todo el día y como respuesta le hacía regañisas o le largaba una palabrota.
-Tu sigue sacándome de juicio que te voy untar las bembas con pimienta la puta la madre y se te van a quedar refoladas.
El chiquillo es bueno de boca, siempre tiene jilorio, es un saco enfondado. El reengancha sobre todo si hay vueltas con papas fritas o ropa vieja.
Todo el día está rascándose la chibichanga, del reventadero que tiene y solo echa meadillas. Pimpa se encochina cuando lo ve.
“Oooh pispito déjese la cuquita, que se la va sollar de tanto restregá.”
-Tíiia, me meo.
Pimpa no veía la hora de ir pal médico y temía que hubiera un viaje gente en el recibidor.
Cuando llegó, con Suso trincao por el brazo que el chiquillo iba de puntillas, había un cartel que decía: “Salí para una urgencia a Las Meleguinas y hasta mañana no vuelvo”.
¡Ay que me desalo…otro día más con este demontre niño! Javier Marrero