Sucedió una noche cuando iban a velar a la Tirajanera centenaria de el Sitio, que se había ido para el mundo de las ánimas.
Camino La Sorrueda para llegar a Ansite, las fuerzas les traicionaban a Melo y a Pancho.
Era la una de la madrugada y llevaban una larga jornada. Decidieron dormir, o por lo menos descansar unas horas.
Como tras el cementerio, comenzaba la cuesta y llovía, decidieron reposar en el pórtico.
Sacaron sus mantas, que antes se llevaban enrolladas por fuera de la mochila (que gilipollés, o se empolvaban o se mojaban). Una lata de mejillones en escabeche y un pan de Las Tirajanas, de los que le hacen el corte para hornearlos, con hojas de palmeras y de plataneras.
No habiendo acabado los últimos mejillones ni mojado en la salsa, vieron una luz a lo lejos, que bajaba serperteante. Que desaparecía, que iba muy lenta, por momentos alcanzaba mayor velocidad.
Botaba y rebotaba iluminando las copas de los cipreses, las cruces y ángeles de piedras, las lápidas.
Aquí yace..D.E.P….Su Familia.. A la edad de….. La luz les daba «vida».
A la lluvia se le sumaba el viento. Crujían hierros, puertas y una ventana golpeaba.
Las flores y los esqueletos de coronas, se balanceaban como una danza macabra entre los nichos y las lápidas en tierra.
El miedo comenzaba a apoderarse de ellos.
La luz cada vez estaba más cerca.
Justo al cruzar la finca de naranjos , iluminaba la deteriorada papelera, ya parecía inminente que se les venía encima ¿Los atravesaría?
Y….uffff… un grito desgarrador de Melo hizo vibrar el barranco, que se alzaran los buhos y lechucillas….
¡Coño es un coche!
Se hizo un silencio y comprobaron que no se oía ruido del oscuro furgón, solamente el rozar de los limpiaparabrisas.
Ahora parecía ir mas despacio, como si no quisiera acercarse.
Iluminaba hacia Melo y Pancho y entre los destellos y el deslumbre, se oyó otro grito medio afónico, esta vez de Pancho.
¡El coche va sin chófer!
Y se juntó al grito, el ulular del fuerte viento entre las grietas del gran muro blanco, entre los cipreses, que se tambaleaban. …uhhhhh.uhhhhh…fssssss…fsss…ñiak..ñiak..ñiak.
No podían correr y no sabían como esconderse.
Se les ocurrió la técnica del avestruz y se taparon con las mantas, con la esperanza que los confundieran con un bulto.
Pero la incertidumbre era mucha y el no ver que hacía la luz, mas nerviosos les ponía.
Decidieron: » De perdidos al barranco, que al final está la playa» y se levantaron enérgicamente.
Y cuando la luz llegó a su encuentro, se oyó un grito ahogado que les dijo:
¡Cabrones echen una mano a empujar, que se quedó el furgón sin gasoil y ustedes ahí mirando!
Javier Marrero