¡Cuelga ya que llevas fleje…y rejunde que es pa’hoy!
Sshhh…quieta las vacas jai, que el siguiente soy yo, no ha dicho nada y no mestén calentando.
¡Bájenme el labio y haber venido antes!
Decía Pimpa, con un urrido que se escuchó hasta lasera de enfrente y más de uno se puso firme.
Pimpa aprovechó que tenía que ir al estanco a buscar los chocos que le guardaban en el congelador de los helados, junto al pollo de Frasquita, un cuarto cabra de Gerardo, un par de kilos de cherne de Juanillo, dos cajas de botellines y una de biberones; para llamar a su cuñada, que vivía pa Las Tirajanas y solo se veían en las grandes celebraciones, cuando había que ir a Almacenes Cuadrado, al Bazar New York, pa una enfermedad, los velatorios o los sepelios.
Y alegantiniando, el toque se d’iba en el tiempo.
Mira…te tengo que dejar, ya te llamo pal otro día, que está Perico en la cola y aquí hay un gentío.
Mi beletén, no te arrejundas que el siguiente soy yo y no hay prisa nenguna.
Y es que Perico que estaba enchochao, lejos de desanimarse seguía raspando, aunque se lo ponía difícil el sabía que se trataba de esperar a que la marea estuviera buena.
Mira Perico, no me estés jeringando que no está el día pa arrumacos y vete pal coño los infiernos.
Ños Pimpa.
- Vicente, cóbreme los pasos que me tengo que dir, que hoy no doy avío.