Goyo tenía que hacer unos remiendos en el choso, que lo tenían agoníao y le llevaba por la calle de la amargura.
La fuerte ventolera junto a la lluvia caída con fundamento, hicieron mella en parte del techo y arrente el muro lasotea.
Se venía la fiesta de san judas y era un buen momento pa hacer una junta y meterle mano a los esconchaos antes de que llegara el invierno.
Se habló con Tito, Mateo, Andresito y Lucas.
Andresito era el mastro mampostero y los demás eran piones, aunque tenían sus categorías y Tito venía a ser el de más experiencia y la experiencia es un grado a la hora de no cargar.
Aunque eran de mal beber, por aquello de que después de que se les mojaba el pico no podían parar hasta caer como un envío, arrastre y chico fuera…eran aseaditos en el trabajo y lo debajan niquelao, si estaban serenos.
Pero Goyo era bueno en el envite y los sabía manejar bien para la faena. En los labios mantenía un mecánico amarillo y cuando paraba lo encendía. La caja fósforos la llevaba encima porque tras una jalada se volvía a apagar.
Como buen mandador “barajaba” guardándose los triunfos, picaba el ojo como avisando la perica, pa’cuando elevaban la voz, el caballo de basto por si había que asestar algún estampío y cambaba la boca como en el tres de basto, arrugando la nariz, por si había que mandar a alguien pa casa el carajo.
Apoyaron la escalera en el petril lasera y marchando balde de mezcla, pa’rriba y pa’bajo, que amasaba Andresito con la raspaera.
El caldero con carne de cabra a fuego lento y otro con papas nuevas. Pa cuando entrara el jilorio, ya estaría la comía jecha y la obra suculum.
Sacó las botellas de ron y trago va, trago viene, se mandaron los calderos enteros y pegaron con los cantos.
Javier Marrero