Mela, Fefa, Juana y la maye.


Mela, ligerita arregló la latada. El siroco quemó matos y tumbó parras, buganvillas y partió ramas. Hizo un estropicio en los muros de las cadenas y cayeron grandes lascas, perdiendo por lados el ripiado.

El carrizal y el palmeral se mantuvo esbelto tras cambarse casi rozando con la pincora el suelo.

Desde la casa llegaba olor a pan bizcochado y a millo tostado que la maye preparaba, para guardar el “biscocho” en la lata y moler el millo pa’ gofio.

Luego llenó la talega calabaza a la que le había bordado las iniciales, “para que no se jisiera ajena” decía ella, con pan bizcochado y echó parte del gofio en el zurrón.

Le dejó a Melita para cuando terminara en el cercado, la talla junto la alacena para que se acercara al chorrito por agua agria y de paso dejarle el zurrón a Fefa la de Galás, que iba a preparar pellas dulces.

A Fefa le quedaban buenísimas, las hacía con miel de Tenteniguada y almendras de Tejeda que partía en el majador.

También preparaba una con higos secos machucados en ron miel, pero para ocasiones especiales.

Fefa le dio a Mela los esquemas de radio Ecca, que ella cuando bajó a la farmacia pasó por el centro de intercambio, preguntó unas dudas a la orientadora y cogió los de las clases de esta semana.

Las pellas las haría para el siguiente intercambio y mientras practicaban y repasaban los programas que se habían perdido en directo y se los había grabado la vecina Juana, en la cinta de radiocasete. Solo tenían una cinta y era de ida y vuelta. Con un pequeño recorte de “sintadesiva”, tapaban lo agujeros de lectura por el aparato, se borraba lo anterior y se grababa lo nuevo.

Javier Marrero