Era tanta la magua que largó el sacho bajo el nisperero, se quitó el cachorro y con la muñeca se rascó la cabeza.
Sudando como un petudo abandonó la tierra y bajó por la tajea.
Cuando viró las tornas, se dirigió hacia el alpendre para ordeñar a las jairas que tenían varios baifos y daban abundante leche.
De una, todavía obtuvo bastante beletén. Vertió la leche cruda de los baldes al barreño, le echó la flor para el cuajó y retiró el primer tabique.
Al llegar a la cueva mesturó en una escudilla tunos con gofio y se embostó.
Emperchado salió para el bochinche a jugar al dominó, a ver si la cabeza se le despejaba.
Era sábado y a lo mejor también caía un envite o un subastado.
Unos carta blanca con enyesque de chochos, pejines y unas papas sancochadas, sirvieron para coger nuevas fuerzas para tirar hacia el catre.
Guardó en la primera gaveta de la cómoda la cartera y las lentes. En la silla dejó el terno y los calzones.
Cerrando los ojos fue entrando en sueño, al oscilar del péndulo del reloj de pared, que colgaba frente a la cama junto al ropero de madera con puertas de espejo.