Nos pasábamos el verano en Teror, desde que acababa “el colegio”, pero a principios de septiembre, bajábamos a la capital, para subir el día 7, primas, primos, tías, tíos y algunas vecinas y vecinos… íbamos caminito de Teror.
Siempre estaba el reto de quien llegaba antes, porque según llegada, se elegía cama o sillón.
En aquellos tiempos, el actual parque de Sintes, el barranco, era el vertedero y en los alrededores de El Chorrillo, se creaban verdaderas «ciudades» de maderas, cartones, plásticos y somieres.
Allí acampaban y pasaban las fiestas.
La Basílica permanecía abierta permanentemente y también se dormía en su interior.
Antes de que se construyera el ambulatorio y el parque cercano a la fábrica de chorizos, para nosotros la carnicería de los «nueses», se instalaban en esta zona los cochitos de choque, y todo tipo de casetas de feria, incluidas sus varias tómbolas y el juego de la cobaya. Otro juego que odiaba, que mal trato recibían las pobres cobayas.
Los ventorrillos se ubicaban en los solares en donde hoy está el auditorio y el parque.
Teror estaba lleno de «gentes» un mes y pico. A mí me gustaba más quedarme en Los Llanos, pero siempre me tocaba en El Chorrillo, las primas y los primos mayores se iban para Los Llanos.
Nuestra casita con su tejado a dos aguas, su patio, su balcón corredor interior y un colchón enorme hecho de paja, que antes de acostarse había que darle un par de tundas para que no picara.
El baño estaba fuera y era un agujero con una tapa de madera.
Pa´l día del pino ya están los higos, nosotros aprovechábamos para ponernos morados y de paso sacábamos unos duros vendiéndolos.
El jesuita Pancho, mi tío, venía todos los años, era uno de los que concelebraban las misas y actos religiosos, con lo cual y junto a mi tía «la monja», teníamos que reservar espacios para decorar la iglesia y el colegio de las dominicas, lo odiábamos. Pero no había mas remedio y calladitos hacíamos lo que tocaba.
Como el bocadillo de chorizo de Teror era la merienda diaria, nosotros el día del pino desayunábamos churros y almorzábamos calamares en salsa.
Nos reuníamos en la casa de los Dorestes, que mi tío alquilaba parte, estábamos detrás de la casa de los patronos y en primera línea de fiestas.
«El que es de Teror y no ha subido a La Cruz…no es buen terorense…»y así nos tenían todos los años subiendo y bajando a La Cruz.
La verdad que era «diver», cogíamos por los castañeros, con nuestras botellas de agua (que eran de cristal con un tapón de corcho) y desde arriba veíamos todo Teror y allá abajo la capital.
Luego, en la primera semana de octubre venía la fiesta que más me gustaba, las familias nos reuníamos alrededor de la iglesia con parrandas, comidas, bebidas y cánticos hasta el amanecer.
Eramos los de Teror, las hijas e hijos nacidos y los descendientes, el compartir, el conocernos, el….sale pa´llá jodío…Esta es la parranda que va pa´la fiesta, en mi vida he visto parranda como esta, ay Teror, Teror., Teror…Ay Teror que lindo eres…
Javier Marrero