Pimpa estaba privada porque Perico la invitó a pasar el día y la noche en Ganeguín…
El iba aprovechar pa’ coger un par de baldes de lapas, que vienen a sé tres o cuatro baldes, y se darían unos baños en sus calmas aguas.
Pimpa preparó una caja de las de agua de Teror, que la forró con unos trapos que tenía pa’llí dentro y metió un par de platos y vasos de Duralex, cubiertos, un mantel y las servilletas caladas de Ingenio, porque la ocasión se lo merecía.
Hizo una ensaladilla rusa en una hondilla, la envolvió con paños de cocina y le metió un bloque hielo, que le compró a Panchito el de los helados, para que se mantuviera fresquita.
Una manilla de plátanos, la botella cartadioro y dos botellas de agua agria.
Era pal almuerzo en la playa porque Perico le prometió que esa noche iban a cenar en un cafetín que estaba cerca la plaza. De esos de comida de caldero y que hacían unos tollos en mojo hervido que quitaban el sentío.
Con ese atardecer en el que tras el mar, está Tenerife y tras el Teide, el sol tiñe el cielo y el Atlántico de tonos calabazas y encarnaos, cuando la Luna enorme de Ganeguín empieza a rielar en la mareas, se miraban con ojos de chesnes.
Melositos y acurrucados con la fresca brisa marina dándoles en la cara, que despertaba el calor interior, ese que sube por el pomo y enñurga el gaznate.
Pimpa se agarraba a la cintura de Perico mientras él le cantaba bajito, así como si estuviera chismorreando: “Dos gardenias para ti
y con ellas quiero disí
Te quiero, te adoro, mi Piiiimpaaa..”
Tiraron pa’l cafetín, que como la estación de la NASA está cerca y venían a comer los chonis, le empezaban a llamar restauranes.
Diendo por el callejón y con el arrope de la maresía, a Pimpa le entró un calentón que trinco a Perico por el totiso y le metió tremendo boquinazo, que lo dejó medio atoletiado.
Arrecha Perico que nos jincamos los tollo con las papas arrugadas y no te llenes mucho el buche, que de aquí nos vamos pa’l catre que el piruso quiere belingo.
Javier Marrero.