La noche no había sido muy tranquila porque el cielo se encendió y tremendo estruendo se oyó, venía desde Las Coloradas.
Las calles de la suidad se llenaron de gente en zagalejos, calzoncillos de patas y batilongos acolchados. Se alevantaron de los catres a todo meter por si había que salir a escape.
Era a la prima y nadie entendía aquel estruendo, porque voladores no eran, porque no era fiesta de santos ni llegada de mandos.
Pimpa aprovechó para colar el café en medio del barullo, asiarse y componerse para hacer las tareas y mandaos de la mañana.
Ese día tenía que ir a La Droguería de Migué el palmero, le hacía falta tierra sol, estropajo de esparto, trabas, unas alcayatas y quería comprar liñas para cambiar las de la sotea que le dejaban manchas rumbientas a las prendas.
Antes de los estruendos, se escuchaba por las calles una guitarra, un timple y la raspaera de una botella de anís, que acompañaban a las voces de Paquito, Gerardo, Feluco y Perico, que cantaban entre otras aquello de: “Lo dudo, lo dudo, lo dudo… que jayes un amor más puro como er que tieeesss en mí…” Ellos decían que estaban de serenata pa cantarle a las muchachas bonitas y todo el mundo sabía que era una majadería de templaos desafinaos.
Perico al pasar por lasera la calle de Pimpa se gargareó la voz y mientras el resto le hacía el compañamiento con murmullos…el se afanaba todo y se embalaba con un tanganillo : “Que por ti muero clavellina encarnada,
rosa y capullo,
no le digas a nadie
que yo soy tuyo.”
Y de la ventana salía un balde agua al grito de vete a dormirla machango.
Perico se echó el pelo patrás como si fuera engominao, se enfiló al cafetín para coger tino, que ese día tenía que dir pa la droguería por cincuenta metros de verguilla galvanizada para reparar las nasas.
Y estando Pimpa terminando el mandao y diciéndole a Migué que se lo apuntara, coincidió que entraba Perico y dice Pimpa: “ay coño que se me olvidaba déjeme también un bote flis que está el barrio lleno de abejones”.